El Club de Andinismo Montúfar organizó el trekking al Camino del Inca en la ruta Achupallas - Ingapirca en el año 2007. Fuimos al rededor de 10 integrantes del Club y nos unimos con un grupo de alrededor de 15 personas más, fue una caminata de tres días. Esta aventura también fue publicada por revista Cordillera, bajo los escritos de Antuco Morales y fotografía de Juan Carlos Veloz. A continuación les presento algunos detalles, espero les guste.
El Camino del inca: por el cerro del Urcuyaya al Tambo de la Culebra
En julio del 2005 Antonio Fresco visitó la Hostería Chiguac y al revisar la biblioteca se sorprendió al ver el libro de Víctor Von Hagen “La carretera del Sol, la búsqueda del camino real de los Incas” este clásico de la ruta inca no constaba en la bibliografía de su reciente publicación, lo mejor que se ha escrito sobre caminos ancestrales en Ecuador: Ingañán. La red vial del imperio inca en los Andes ecuatoriales.
Al arribar a Achupallas los guías nativos Segundo y Rafael tenían toda la recua lista, que no fue de mulas, sino unos robustos y herrados burros que nos dieron estruendosa bienvenida. Los sorprendidos pobladores que retornaban del cementerio era 2 de noviembre, especialmente niños se acercaron a observar como los muchachos del club de andinismo Montufar se alistaban para dirigirse a Culebrillas. Una docena de burros cargaron todas las provisiones, para tres días y necesarias para 26 caminantes. Al medio día obscuros mantos de nubes se acumulaban en el Nudo del Azuay hacia donde nos dirigimos en una suave y alargada pendiente. Estábamos en el Camino Inca que lo mencionó Victor Von Hagen a mitad del siglo pasado, John Hyslop y Antonio Fresco que lo recorrieron en 1981, en este tramo que ha sido objeto de investigaciones tan interesantes como la del antropólogo Hugo Burgos “El Mito del Urcuyaya”. Todo un monumento arquitectónico y cultural estaba listo a ser develado, una nueva aventura que nos llevaría a reconocer un pasado mítico y sorprendente.
A las 3 de la tarde la neblina cobijó todo el cañón del rio Cadrul cuyo trazado a un nivel alto lo imita el camino, en cuyos bordes se alinean las pegajosas plantas de matico y las interminables achupallas hasta que desaparecen al llegar al páramo de pajonal donde se puede percibir en la humedad de la tarde al rastrero sunfo. Empezó una lenta llovizna que detuvo el ritmo de la columna más no la hilera de burros que tomaron la delantera con los gritos de los arrieros:
¡Burro fila fila carajo! Entendiendo apresurados y tímidos.
Amenazaba la granizada y sería imposible llegar hasta Tres Cruces para acampar, vimos una gran manada de borregos que balaba sin cesar como anunciándonos algo, unos niños indígenas con una vestimenta sencilla eran los pastores y en tales soledades avivaban un austero fuego para defenderse del frió, mientras nosotros lamentábamos su condición ellos sin inmutarse nos pidieron apresurar la marcha hasta el sitio de Cuchi Corral donde podríamos guarecernos, este punto debió ser el de Quchi Sayana un destruido tambo en el valle superior del río Cadrul donde los muros no alcanzan sino unos 30 centímetros y habiendo muchas piedras talladas esparcidas por doquier, desde lo alto, se puede apreciar el trazado cuadricular de la construcción. Se nos vino la granizada en minutos se entumecieron las manos y apenas tres carpas pudieron armarse, el resto fue un desastre todo quedó a merced del agua. Parecía que estábamos en el mismo sitio donde se desplomaban los rayos y truenos. Los guías enfundados en sus impermeables desmontaron las cargas y ubicaron a pastar las bestias, una vez mas nos sorprendió la montaña a lo que Rafael acusó “ta queriendo huashar el cerro”. Al caer la obscuridad volvió el silencio y en minutos el cielo se transformaba en un cristal de obsidiana, pudimos acomodar el campamento y preparar una suculenta merienda reconfortante que al final alguien agradeció en voz alta “ha venido el Señor… a traernos la paz”.
Un claro amanecer presentó un prolongado sendero hacia el sur, el sábado 3 iniciamos la caminata hacia el sitio de Tres Cruces o también conocido como Espíndola, a dos horas de camino resoplando y a ritmo suelto avanzaba la hilera de burros balanceando los fardos y atentos a los gritos de los guías. Junto a Juan Carlos, Jhonatan, Abraham, Brando y Fidel alcanzamos un promontorio de piedras revueltas y musgosas, era un antigua apachita que en su nivel inferior resguardaba una pequeña laguna que dejaba mirar su fondo de piedras. Arriba en el sitio de Tres Cruces (Quinsaloma o Quimsa cruz ?) los perfiles de roca ocultaban enigmáticas formas y por ese lado debió estar la cueva de Espíndola. Mientras tanto esperábamos al resto en particular a Verónica, única mujer acompañante, para “resguardarla” en el paso del cerro taita de los cañaris El Urcuyaya. En la investigación de Hugo Burgos menciona que este cerro arrebataba a los guaguas cuando pasaban los naturales e incluso a las mujeres, en una variación del mito escribe: “el Urcuyaya le ha quitado una vez su mujer a un marido, cuando ambos se iban a chalar pasando el Azuay; ella desapareció. La mujer le hizo soñar al marido avisando donde está. Yendo con otros a buscarla, el marido la encontró (a la mujer) “espulgando” la cabeza del Urcuyaya. De repente el marido le macheteó el cuello al Urcuyaya y la cabeza de éste donde iría rodando? La mujer que estaba “vacía” , dice que ha regresado embarazada. Ella desque ha sido hermosísima como una señora blanca. Cuando caminaba por el cerro le hacía marear, el cerro le hacía a parecer gusanitos de colores …”[1]. Esta joya de la narración encierra un esquema simbólico que dice de dioses y orígenes de la nación cañarí, y aunque transformado por la mirada inca y cristiana no deja de ser un referente de la ancestral cosmovisión.
Sacada a buen recaudo nuestra compañera Verónica salimos del sitio de Tres Cruces donde termina el ascenso y el horizonte se alarga, este paso de cordillera que se presenta como una terraza entre profundas depresiones, una de las cuales encierra a la laguna de Sunsaycocha, donde se dice mora la huarmi del Urcuyaya que se llama Mamahuaco (Cit. Pg. 70 y 85). El ritmo de caminata se torna rápido entre rojizos pedregales y amarillento arenal, al frente en una loma me piden los muchachos ascenderla rápido:
!Antuco sube a mirar a nuestro primo El Sangay!
Imponente con su blanca vestimenta lanza su penacho de ceniza y enseguida le cubre una cortina de nubes; a su costado el macizo de Ozogoche y mas alejado el de los Cubillín, los muchachos han aprendido no solo geografía sino una singular materia “genealogía andina”.
Antes del medio día hemos terminado el cruce alto de cordillera y abruptamente enfrentamos un declive que mira en lo profundo un rectangular valle, en cuyo extremo sur está la laguna alimentada por un río a manera de línea de curvas, empezamos a descender a Culebrillas. Esa forma ondulada se atribuye, a la caída desde arriba, de la cabeza del Urcuyaya que descendió rodando en forma de eses “y desde ahí es que por esa línea viene al agua a la laguna de Culebrillas” (Cit. Pg. 69). El sendero que desciende aun tiene piedras o mojones tallados que tuvieron una específica función; desperdigados y sostenidos por alguna vegetación pasan inadvertidos por cuantos caminantes que se sobresaltan al mirar el valle y laguna. Tras un fuerte descenso que dura más de una hora arribamos a una choza donde nos recibe un amable indio cañarí con sus mechones de pelo sobre sus hombros, era un cuidador de ganado o huagracama, nos entendemos solo con el lenguaje del saludo y las sonrisas, la única persona que encontramos en estas frías soledades. El rio desciende retumbando desde la cordillera y al tomar el remanso del valle de Culebrillas apenas se nota su movimiento, Jhonatan el inmutable muchacho frente al frio, se lanza a las gélidas aguas ante la atónita mirada de sus compañeros, es un auténtico aprendiz de chasqui; aún sabiendo que allí se bañaba el inca esta vez no me atreví a semejante chapuzón. La laguna debe medir más de un kilómetro de largo y algo menos de medio kilómetro de ancho con una temperatura de 6 grados en un ambiente frio del medio día cordillerano.
El trazado del Camino Inca continúa por el sentido izquierdo de la laguna, en algunos casos acortado por el sendero de mulas, pero siempre mirando el recorrido voluptuoso del río. En las pendientes a los lados de la laguna rompen el verde amarillento del páramo unas plomizas formaciones rocosas salpicadas de vegetación. Tomamos un descanso mientras divisamos el encumbrado sendero por donde habíamos descendido, Ramiro el veterano de las expediciones siempre llega último con su enorme mochila y su paso lento con la misma parsimonia de un mindaláe, casi no tiene tiempo de descansar cuando él llega la caravana retoma la caminata.
Luego de caminar más de una hora por el costado de la laguna, evitando las pantanosas orillas llegamos a Paredones, también conocido como el Tambo de la Culebra, un considerable castillo de bloques de piedra que encasilla varias habitaciones de espalda a la laguna, al frente una especie de cancha salpicada de bloques de piedra tal vez del mismo castillo o existieron otras obras aledañas. Mientras examinaba la construcción un huarro se posó en los muros sin amedrentarse de nuestra presencia como reclamando señorío o curioso de la algarabía de los muchachos, esperamos en silencio hasta que decidió su retirada. Pesados bloques de distintos volúmenes con perfiles rígidos y redondeados, otros con protuberancias para facilitar el sostén de las cubiertas, unos cubiertos de musgo otros enterrados. Siento una emoción ahogada y trunca al mirar un portento alzado en esta soberanía andina que se hunde y pudre como tronco seco que sucumbe al sol y la lluvia. Hemos retomado la caminata y no dejo de mirar hacia atrás hasta perder en el horizonte la alucinante evidencia de la sabiduría cañarí.
Las condiciones de la travesía a partir de la salida de Culebrillas son fáciles en camino definido, de manera que al compás de la conversación se pueden alcanzar algunos kilómetros más el mismo día, en este tramo del Camino Real, los empedrados fueron largos y definidos hoy reducidos a montones alargados de piedras. Atravesamos la planicie de Maleta Pamba donde la neblina apenas nos ayuda distinguir las moles de piedra de forma cuadricular que no han sido talladas por civilización alguna sino es una característica geológica de la zona. Al pasar un pantano un burro se hundió hasta la panza y tuvimos que hacer minga para ayudarlo a salir, airoso retomó el trote para alcanzar la hilera. Empezábamos a abandonar la región del páramo de Culebrillas y en lontananza se divisaba el paisaje agrario del norte de Cañar. A las 6 de la tarde estuvimos cerca a la comunidad de San Vicente donde levantamos el segundo campamento en el cual cómoda y holgadamente recuperamos energías perdidas la noche anterior, vino la hora de las leyendas y hechos fantásticos de las montañas momento obligado para ensayar la narrativa y discurso de los muchachos: Jhonatan y Brando ya destacan en memorizar algunas escuchadas y otras mejoradas con su imaginación, todos halagando o tratando de asustar a Verónica quien con su sonrisa animó la caminata. El silencio largo de la noche a veces se interrumpió con los estridentes rebuznos de los pollinos, esto hacia despertar en carcajadas, no sé, si para contestar o para reclamar a los nobles cuadrúpedos.
El domingo 4 se levantó el campamento de San Vicente y la caminata fue por un camino “modernizado” por el tractor, claro utilizando siempre el trazado inca, donde se veían las últimas chozas y las casas de los campesinos. Edison el menor de los estudiantes saltó de alegría al establecer contacto celular con sus padres fueron sus primeras noches lejos de casa. Saludando a cuantas personas por el camino y disfrutando de la ausencia de autos y otras comodidades del transporte continuamos el descenso hasta mirar de frente a Ingapirca. A las doce tomamos el baño purificador del río, luego como una procesión multicolor hombres y bestias hicimos un polvoriento arribo y a tomar un descanso en la primera vereda que encontramos: ante nosotros relucía el complejo rupestre de las culturas inca y cañarí. A la una de la tarde la recua de burros retornarán por el mismo camino para llegar a Achupallas el amanecer del lunes, creo que algún día los guías indígenas darán clases de amabilidad en las universidades.
Es domingo y el feriado ha concitado la asistencia de turistas luego del recorrido explicativo hemos visitado una tienda informal donde pudimos ver y palpar: hachas prehispánicas, tupus de cobre, piedras clava, apolillados huesos, pendientes de cobre martillado, pedazos de cerámica de primorosa decoración, raspadores de obsidiana y hasta un cráneo de un cañarí envuelto en papel periódico cuyo precio era de 200 dólares pudiendo hacer una “rebajita”, el vendedor era un agricultor “del terrenito” al lado del palacio del inca.
Este segmento del Camino Inca es espectacular para investigadores, turistas y gente de aventura y debería iniciarse desde la montaña ubicada al suroccidente de Chunchi: El Puñay donde están las pirámides ceremoniales descubiertas el año 2003; para empatar con el camino en el valle del río Cadrul hacia Culebrillas y finalmente al complejo de Ingapirca, recorriendo apartados paisajes naturales y culturales desde luego que no solo es una ruta arqueológica: hay una riqueza antropológica llamada a consolidar la identidad cañarí y puruhá, aspecto básico en la propuesta de la Unesco de declararlo patrimonio universal al Camino Real o del Inca construido a lo largo de los Andes.
[1] Hugo Burgos en El Mito en los pueblos Indios de América. J. Bottasso. Coordinador. Quito 1992.
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